De polígonos a barrios
Desde el principio, los recién construídos polígonos de vivienda fueron denunciados por sus habitantes por tener acusadas deficiencias: mala calidad de los materiales, inestabilidad del del terreno, planificación precipitada, así como falta de infrastructuras, transportes, servicios y equipamiento básico. La situación de precariedad y marginalidad les llevará a organizarse colectivamente en auténticas luchas autónomas, que se sitúan más allá de los sindicatos y grupos de militancia política que trataban, inútilmente, de capturarla.
Los polígonos de vivienda se convirtien rápidamente en barrios llenos de vida: a través de sus propias historias, repertorios, tácticas y formas de vida, crean fuertes comunidades de memoria y significado que articulan una (otra) ciudad en sus márgenes. El estigma del sujeto periférico y migrante (extranjero, invasivo, rural, subdesarrollado) excluye las periferias de los centros urbanos y sus lógicas; al mismo tiempo, esa marginalidad los convierte en el motor de la lucha y resistencia política de Barcelona. Esto será muy visible en los años sesenta y setenta a través de múltiples huelgas, protestas y las luchas autonónomas que, además de mejorar las condiciones de vida y trabajo en las periferias, cuestionan abiertamente la supuesta estabilidad del sistema, mostrando sus profundas e inherentes violencias.