La cara oculta del "milagro español"
A pesar del esfuerzo por legitimarse tras la bandera del progreso, el llamado “milagro español” tiene de milagroso solamente la raíz gramatical: por un lado, se llevará a cabo a costa del sacrificio de millones de vidas explotadas y precarizadas por una orquestada desigualdad funcional, invisibilizadas por la retórica celebratoria de la modernización. La inmigración interna y externa y su explotación laboral, que afectó a más de seis millones de personas, será uno de los factores estabilizadores más importantes y menos reconocidos para la economía del régimen.
Por otro lado, el celebrado desarrollismo se basa en un modelo económico profundamente deficitario. El sector industrial, fuertemente dependiente en inversiones, tecnología y maquinaria extranjeras, solo consigue estabilizarse cuando se vuelca al sector del turismo y a la tercialización. Los cambios visibles y el “efecto modernizador” que se genera, junto a la eclosión del consumo de masas, producen una generalizada ilusión de progreso que, sin embargo, no se corresponde a la realidad de la renta española. Con ello, el país se modernizó desigual y abruptamente, generando riquezas en algunos sectores de la población a cambio de una fuerte proletarización de masas.
Así, el régimen impuso una modernización homogénea a toda costa, eliminando los rastros de su violencia sistemática con un discurso de celebración de la modernidad, que borró una parte importante del pasado de la ciudad y de su memoria colectiva.